LA SOLEDAD

La soledad; una palabra.

Palabras que definen objetos, momentos, sensaciones, solo letras que una al lado de la otra y a golpe de escucharlas, nos traen significado y conocimiento.

Para cada persona, una palabra tiene diferentes significados. La soledad, palabra que prácticamente toda persona huye de ella si es sentida en contra de su voluntad. La soledad nos da respeto, nos da miedo, la vemos en mayúsculas ante nosotros. Nos despierta un sentimiento desagradable y nos aísla del mundo.

La soledad aparece en cuanto dejamos de sentirnos acompañados. Ese acompañante es uno mismo. Esos acompañantes son seres que nos despiertan amor, el motor de nuestra vida… Cuando nos perdemos en nuestras proyecciones al exterior y nos olvidamos de mirarnos a nosotros mismos. Cuando la paz interior se desvanece ante nosotros. Nos aislamos del mundo y la soledad llama a más soledad, imponiéndose ante nosotros de manera majestuosa e imperial. Y la soledad llama a la tristeza, a la profunda tristeza del decaimiento y la invasión en nuestra capacidad de movernos hacia algún lugar que nos ayude a sonreír.

Cuando anhelas tiempos pasados en los que la soledad era una mera decisión. Escogida y reconfortante. Esos días en los que sentías el calor de alguien(es), con quien compartías palabras, miradas, sonrisas, emociones. Todo eso que nos llena y nos recuerda cómo de gregarios somos los seres humanos. Y la tristeza te hace sentir ese dolor que no se ve, que no tiene forma ni sonido y que no se puede justificar ante los ojos de nadie.

La soledad con uno hace lo que quiere.

Y uno hace lo quiere con la soledad.

Ese momento en el que no sabes a qué agarrarte ni a quién. Cuando decides salir con la soledad al mundo, mostrar tu cara a la vida y a los desconocidos con los que te cruzas. Aguantando el tipo, paseas y observas a otras personas como tú. Aparentas tener destino, firmeza y convicción. Decidida a algún lugar sin rumbo ni sentido. Tu destino es el paso de los minutos y huir de tu acompañante encontrado. Y mientras caminas con aparente normalidad, te apuñalas observando el reflejo de felicidad de aquellos con los que pasan por tu lado, desde la incomprensión te preguntas por qué. Por qué tu no y ellos sí. Por qué ellos no y tú sí. Simplemente te invade una tristeza vestida de rabia que te atormenta y te empuja a querer salir y desaparecer de ese escenario mundano cargado de significado para ti.

Quieres pedir ayuda, compañía, conversaciones y un avance del tiempo con amor. Y te frenas… ¿alguien fuera de ti debe responsabilizarse? ¿De tu tristeza? ¿De tu incomprensión? ¿De tu soledad? Intentas mantener la calma y lloras de pena. ¿Cuánta gente estará llorando en algún rincón de esta ciudad sintiendo la misma desesperanza que la que uno siente?, te preguntas. Si nos uniéramos nada de esto igual pasaría. Y te quedas parado, pensando en qué podrías hacer para dejar de sentir soledad. Y decides salir mientras escuchas música que acune tus sentimientos y te acoja en su ser. Te mime y te reconforte. Decides escribir a alguien, esperando alguna respuesta banal solo para aliviarte, con el miedo a que no responda o que pueda intuir que buscas una conversación que seguramente no merezca la pena continuar. Te lanzas a proponer un plan y nadie se apunta. Decides obviar a tu familia, a muchos kilómetros lejos de ti porque sabes que captaran tu apagón si lo escondes, y solo dolor causarás y más dolor sentirás.

Y tu mirada se transforma en apagada y vacía, gritando ayuda, compañía y comprensión. Y tu piel se encoge, apegándose a los huesos buscando esa acogida que demandas. Personas que se les acaba apagando el corazón poco a poco ante la pérdida de su acompañante de toda una vida

Y llega la noche, ya pasó ese día. Aliviado y descansado porque la pesadilla ya llegó a su fin. Al día siguiente la ciudad puede que se levante con su rutina diaria o puede que se levante para que aquellos que los tienen, puedan compartirlo con los que más quieren. Según sea tu mañana, cierra los ojos porque el hoy ya pasó. Lo has conseguido, mañana será un día mejor. Y ahora solo coge aire, respira y duerme.

P.D. Mira de frente a tu soledad, obsérvala desde la ternura y comprensión. La soledad nos enseña a poner la atención en nosotros mismos, nos lleva camino a lo más profundo de nuestro ser para avisarnos que nosotros somos nuestro mejor aliado. Nos invita a tomar conciencia y a empujarnos a tomar las riendas de algo que nos sucede. La soledad nos habla y nos dice que si un día le abrimos la puerta intencionadamente, podemos volver a hacerlo.

La soledad a veces entra sin llamar ante el abandono o el rechazo de algo, alguien, “alguienes”, y se nos instala. De la misma manera que un día estuvo fuera de nuestras cuatro paredes, podemos volver a invitarla a que salga de nuestro hogar con todos nuestros recursos y herramientas.

Y cuando nosotros lo deseemos, la volveremos a llamar para que regrese con nosotros.

Miriam Aparicio Cantera

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